“Hablar del duelo es hablar de procesos de la vida misma porque la muerte es parte de la vida”, comenzó diciendo en su disertación el psicólogo y docente mendocino Walter Motilla.
“Además, no estamos acostumbrados a hablar de la muerte porque nos confronta con misterios trascendentales. No nos gusta asumir nuestra propia pequeñez y que algún día, tarde o temprano, vamos a atravesar las puertas de la realidad de los muertos”.
¿Qué es el duelo y qué cosa no es?
El duelo es una respuesta normal y natural a una pérdida o a la separación de un ser querido. Cuando hablamos de pérdida nos referimos también a quedarnos sin nuestro trabajo, a perder el estatus, la muerte de una mascota, entre otras.
Lo que sí podemos asegurar es que el duelo no es una enfermedad, aunque sí es un acontecimiento vital estresante ya que pasamos de un espacio de seguridad a uno desconocido.
¿Qué podemos decirle a una persona que está en duelo?
El doliente no necesita que le digan nada, lo que necesita es que estén. Capaz lo que necesita es un abrazo y muchas veces no decir nada es un gesto de respeto, por lo que a veces hay que hablar solamente si las palabras van a ser mejores que el silencio. Una presencia dice más que mil palabras.
El duelo duele y está bien que sea así. En ese desconocimiento mucha gente intenta que el doliente no llore, le dicen que tiene que ser fuerte, por lo que las “frases armadas” suelen hacerlo sentir más solo porque se siente incomprendido.
¿De qué forma nos preparamos para la pérdida de un ser querido?
Elaborar un duelo es crecer, por lo que afrontar las pequeñas y grandes pérdidas que se nos presentan a lo largo de la vida, puede ayudarnos a llegar con menos miedo incluso a la gran pérdida, que es la de nuestra propia vida.
Además, si se transita bien, el duelo es un proceso renovador porque las pérdidas son una situación inherente a la condición humana y crecer es aprender a despedirse.
Hacerse adulto es saber que todo y todos cambian y cambiamos: se pierde uno mismo, se pierden los demás, se va uno, se van otros y me voy yo. Pero no olvidemos que cada pérdida conlleva un aprendizaje.
¿Cuánto puede durar la etapa de duelo?
El 90% de las personas hará un duelo normal con el apoyo familiar, social, y demás redes de contención. Pero nunca menos de un año porque ese tiempo es como un túnel del tiempo que vuelve a traer todas las emociones. Luego, poco a poco, se van reconociendo y se produce menos dolor.
El 10% restante acabará haciendo un duelo complicado. A veces es muy largo. Yo soy psicólogo y recién ahora estoy saliendo del duelo de mi hermano, Salvador Navarría, exrector de la Universidad de Mendoza, a nueve años de su muerte.
¿En qué consiste el duelo elaborado?
Significa que se pueda pensar en la persona fallecida sin un dolor intenso. Quiere decir que el doliente vuelve a invertir su energía emocional en la vida y se adapta a los nuevos roles. Sin embargo, no se olvida, queda una cicatriz.
Una herramienta que nos va a ayudar mucho a elaborar el duelo es la esperanza.
¿Cómo podemos ayudarnos en esa etapa?
Hablando de lo sucedido, hablando de la enfermedad, de la muerte. Hay que reconciliarse con lo negativo y tomar conciencia de lo positivo. También es importante evitar la negación e incluso permitirse la ira y sentimientos negativos.
Debemos reconocer la pérdida dejando sentir el dolor y no aislarse, aunque será bueno pasar tiempo con uno mismo. Es determinante, poco a poco, ir recuperando la rutina, restablecer el mundo de las relaciones y darle un nuevo sentido a la vida.
¿De qué manera podemos elaborar el duelo sanamente?
El luto es algo normal, un periodo necesario. Es atravesar la noche oscura del alma y que se realice nos hace dignos y honrados porque el otro lo merece.
El duelo cumple una función adaptativa y no requiere en la mayoría de los casos intervenciones especiales ni psicofármacos, siempre y cuando el doliente disponga de los recursos adecuados para hacer frente a la situación.
Me refiero a tener espacios, tiempo de aceptación, tolerancia al luto. Y por eso es tan importante un parque de descanso, ya que no es solo un lugar para sepultar a nuestros seres queridos y nada más, sino un altar para transitar el dolor.
Un lugar así es un espacio de honra y una de las pocas cosas que le queda al doliente, que es el vestigio de la presencia física de un ser querido que ya no está con ellos. Entonces la lápida se convierte en un altar del amor.